Esta teoría se basa en la presunta inclinación homicida de un artista
plástico llamado Walter Sickert que residió en Whitechapel durante el
trágico otoño, en que la figura de Jack el destripador, saltó a la fama
por sus espeluznantes asesinatos. Una de las más acérrimas defensoras de
esta tesis, la escritora Patricia Cornwell, autora del libro “Portrait
of a Killer”, sostiene que Sickert fue el mencionado asesino cuyo
principal móvil radico en su odio visceral al sexo opuesto y en especial
el que sentía por las prostitutas, dado que Sickert, cuando era pequeño
sufrió una grave enfermedad en sus genitales, de la cual fue operado
reiteradas veces, quedando imposibilitado de por vida para consumar el
acto amatorio. De carácter retraído, oscuro, solitario y manipulador,
Walter Sickert alquilaba con frecuencia habitaciones sucias y baratas
para desarrollar en su mente sus dos pasiones mas profundas: la pintura y
el crimen. Estas habitaciones aleatorias y secretas que alquilaba,
seguramente fueron los escondrijos que utilizo para ocultarse de la
policía después de cada asesinato. Además, fue asimismo un apasionado de
la escritura y del envío de cartas a los periódicos, ya sea utilizando
su verdadero nombre o a través de diversos seudónimos. No es de extrañar
entonces, si seguimos esta teoría, que el afamado asesino haya hecho un
verdadero culto del envío de misivas acerca de sus crimenes a distintos
periódicos y a la policía. De ahí, que la autora sostenga
increíblemente la autenticidad de las más de doscientas cartas
atribuidas a Jack el destripador.Pese a ello, en realidad, no existen
hasta ahora pruebas fehacientes de que Sickert haya sido el verdadero
asesino. Lo cierto es que, pese a su obsesión por pintar prostitutas y
crear obras muy cercanas a imágenes patológicas propias de un criminal
obsesionado por el sexo y la muerte, no se lo puede incriminar de manera
objetiva. Por este motivo, dicho libro me parece bastante tendencioso,
sumado a los intentos desesperados por parte de la autora de ligar la
vida personal del pintor impresionista con los asesinatos de
Whitechapel. No obstante, el texto tiene alguna virtud: los
conocimientos de medicina forense de la escritora y su relacion con los
asesinatos de Londres justifican el libro pese a lo tendencioso,
reitero, a la hora de hallar al culpable.
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